Jaime Gil Aluja, Presidente de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras (RACEF) considera que sólo una revolución digital humanista sentartá las bases para luchar contra la desigualdad y conseguir el objetivo de la porsperidad compartida que propugna la Real Academia en todas sus actividades. Así lo señaló en el acto de clausura del Acto Nacional que la RACEF celebró junto a la Universidad de Cantabria de forma telemática los pasados 7 y 8 de mayo.
UNA HERENCIA PARA GENERACIONES FUTURAS
Los aconteceres que marcan puntos de referencia en nuestras vidas se manifiestan, a veces, de una manera curiosa y en muchas ocasiones inesperada.
¿A qué viene esta creencia en el acto de clausura de un encuentro entre dos altas instituciones académicas?
Sencillamente, por cuanto los intelectuales presentes en esta reunión, sensibilizados por los cambios profundos y acelerados de los sistemas económicos, se han visto sorprendidos por la aparición de un suceso externo al sistema social que ha cambiado casi instantáneamente la dirección de su, ya por sí, incierta trayectoria. A sus propias complejidades se ha añadido un nuevo e importante componente de incertidumbre.
Nos referimos, evidentemente, a la pandemia de la Covid-19, provocada por el coronavirus SARS-CoV-2. ¿Es que alguien esperaba, pensaba o siquiera imaginaba un escenario como el que estamos contemplando? La respuesta del común de los mortales es inequívocamente: no.
Y, si bien es cierto que en cierto modo es así, en cambio también es verdad que, como hemos repetido, escrito, publicado y divulgado en muchas, ocasiones en los medios de comunicación más variados, “la incertidumbre siempre sorprende”, y la sorpresa, precisamente por serlo, tiene efectos provocados por las causas más inimaginables.
No voy a ocultarles que es precisamente este hecho lo que hace tan atractiva la incertidumbre, tanto que llega a inducir a un humano cualquiera, como es mi caso, a dedicar toda su trayectoria investigadora de casi medio siglo a intentar comprender sus entresijos, buscar la manera de reconducir sus consecuencias y tratar de acotar al máximo el grado o nivel en que se situarán sus resultados. Todo ello para que las decisiones a adoptar permitan “equivocarnos poco”.
En el ámbito de la incertidumbre en sistemas complejos, es muy difícil acertar con precisión: “Para alcanzar el éxito, basta con equivocarnos poco”.
Pero el sentido que estamos dando a este “equivocarse poco” no es el sempiterno aburrimiento del método de la prueba y error: probamos, nos equivocamos; volvemos con otra prueba, tampoco acertamos; … y así hasta ….¿dónde?
No, no es esto. Nos referimos al hecho de situar los efectos de la decisión, cuantificados de una u otra manera, dentro de un intervalo, en el que el suceso (o la cuantía) no puede ser peor (menor) que su extremo inferior, ni mejor (mayor) que su extremo superior.
En otras palabras, colocamos formalmente los eventos (la cuantía) de manera que solo pueden situarse en la realidad dentro del intervalo, jamás fuera. Únicamente tenemos esta certeza. Estará siempre dentro del intervalo, pero no sabemos donde.
Pues, bien, si se consigue que este llamado intervalo de confianza sea lo más estrecho posible, si los dos extremos están muy cercanos, sea donde se sitúe la realidad del suceso (la cuantía real) el margen de error en relación con cualquier otro punto dentro del intervalo será pequeño: nos habremos equivocado poco.
En este momento de despedida, de separación virtual, desearía destacar, entre otros muchos saberes que nos llevamos en la repleta maleta de conocimientos adquiridos, el convencimiento de que, a partir de ahora, serán muchas las decisiones que se irán adoptando por gobernantes y gobernados.
Pero ese árbol de decisiones, que desde la inicial, que parte del tronco (salvar vidas humanas), ya adoptada, se irá agrandando a lo largo de los periodos de tiempo futuro hasta el conjunto de resultados finales, sus hojas.
Una singularidad adquiere ese árbol de decisiones en relación a los que forman el tupido bosque que ha dado lugar a nuestra historia: se halla situado en uno de los momentos más críticos de la humanidad. Y, por ello, las primeras decisiones, las que salen del tronco, las que se adoptan ahora, ya, marcarán el rumbo de nuestro futuro, el inmediato, pero, sobre todo el de las generaciones futuras. Surgirá un nuevo orden que se irá solidificando. Nuevo orden en el que deberán convivir las generaciones que nos van a suceder y un orden que ellas no habrán elegido. Nuestra responsabilidad es enorme y nuestro silencio, culpable.
Es posible que siempre haya sido así, pero nunca como en esta ocasión. De nuevo el concepto de “grado o nivel” aparece para diferenciar lo que hasta ahora se trataba erróneamente como una uniformidad.
Dudar, ahora, no decidir en cada uno en nuestros espacios decisionales, es como llegar tarde a la proyección de un “film de suspense”.
En estos momentos en que finaliza nuestro Encuentro de Santander, se está decidiendo cual será la cifra de euros que se va a incorporar en el mercado financiero. Centenares de miles de millones instrumentalizados a través de diversas modalidades de deuda, pero deuda al fin. Una deuda a “largo plazo” que habrá que devolver: ¿por la generación que la ha generado? Solo una pequeña parte. El resto, el gran monto, lo deberán hacer las generaciones futuras. De nuevo se nos puede argüir que siempre ha sido así. Es cierto, pero nunca al nivel de ahora.
Lo cierto, para intentar ser ecuánimes, es que además de deudas, también dejamos para el futuro una sociedad con tantas y tan grandes perspectivas esperanzadoras como nunca antes se habían presentado. Y esto ha sido así, gracias a quienes ahora somos y nos definen como "viejos" o, si ustedes quieren, con los eufemismos de "mayores" o "ancianos".
Los viejos de hoy tuvimos como única herencia los desastres de una Guerra Civil, las privaciones de un país con los recursos económicos destruidos y las consecuencias de un aislamiento político del que, recién nacidos o por nacer todavía en su momento, no fuimos responsables. No es justo el tratamiento de “grupo a extinguir” que nos han asignado. ¡Que triste que junto a las lecciones positivas de la pandemia también afloren las miserias del “usar y tirar”! Son vivencias personales, sí, pero vivencias al fin. Forman parte de nuestras vidas y por tanto de nosotros mismos.
Aunque no sea otra cosa, cuanto acabamos de narrar, es una percepción de la que pretendemos extraer una manera de pensar, de decidir, de actuar. Después, a partir de una acumulación de esas percepciones, transformadas en información, nos van a servir para emitir opiniones, dictámenes, ordenes, evidentemente después de un razonamiento mediante encadenamientos lógicos. Subjetividad y objetividad, entrelazadas, se hallan y hallarán presentes siempre en nuestros pensamientos y nos acompañarán a lo largo de nuestra existencia.
Cada uno de quienes hemos intervenido en este encuentro, en la búsqueda de “los confines de la equidad y desigualdad en la prosperidad compartida”, lo hemos hecho para cargar nuestra maleta de conocimientos, repleta de unas enseñanzas recibidas, de unos conocimientos hallados y de unos recuerdos acumulados, que esperamos nunca sean borrados. Es por esto que cada uno de nosotros somos únicos y es singular nuestra aportación cuando es honesta.
Nos ha correspondido habitar en un espacio temporal en el que es muy difícil acertar en las previsiones. “Sobre todo las que hacemos sobre el futuro”, bromeaba Keynes. Si viviera en estos momentos, quedaría, seguramente, atónito al comprobar que la globalización se desacelera en lo material y se acelera en lo digital. Más lejos pero más cerca: cada vez intercambiamos más bites y menos átomos.
Gracias a los avances que han tenido lugar en los últimos años, que representamos mediante la terna formada por la digitalización, la Big Data y el transhumanismo, pero de manera especial por la primera, ha sido posible nuestro encuentro, no de manera presencial pero sí, por lo menos, digital.
No han sido posibles los cambios de impresiones persona a persona. No ha sido posible ofrecernos las manos de la amistad, ni el intercambio de tarjetas domiciliarias con quienes han participado por vez primera. Pero aquí está la obra, fruto de nuestros trabajos y resultado de nuestros esfuerzos. Unos la leerán en su versión “on line”, otros tendrán el placer de acariciar sus páginas. Quizás hemos perdido el halo capaz de configurar una nueva amistad, pero lo que sigue permanente es el espíritu humanista que nos guía y el deseo de solidaridad que nos acompaña.