La intervención crítica de las operaciones económicas o el juicio de sus resultados se funda en los principios de productividad, economicidad y rentabilidad. El comportamiento de la gestión económica se verifica analizando el nivel de eficiencia del sistema mediante técnicas y normas con las que se pretende racionalizar el modelo de dirección económica. Si miramos retrospectivamente la aparición de estos procedimientos de control se llegará a la conclusión de que su evolución coincide con la historia de los sistemas económico-políticos de nuestra cultura y que podríamos esquematizar en tres grandes sistemas: el atecnológico, el capitalista y el socialista. En el sistema atecnológico la sociedad aceptó los valores tradicionales. La empresa busca el beneficio del público cuando éste sirve al beneficio privado. La especialización se intensifica y el beneficio preside la dinámica empresarial. La Ley económica de la rentabilidad máxima ejerce la censura crítica posible. En el sistema capitalista, el capital se desvincula de cualquier lazo de tradición. Es un sometimiento del hombre al dinero. La concentración del poder en la esfera económica termina en la esfera política. En estas condiciones la gestión económica no acepta un auténtico control crítico y por lo tanto se intenta remediar esta carencia por técnicas indirectas que no han actuado con la eficacia necesaria. Por último el socialismo ha irrumpido en la economía aportando su fuerza reivindicativa. Los países socialistas del Este se sirven de una técnica voluntarista basada en las normas administrativas de programación. La planeación económica adquirió una importancia suma y el control crítico nunca llegó a realizarse, sustituyéndose éste por valores utilitarios desde motivaciones puramente económicas. La fuerza dogmática de la ideología socialista en un modelo cerrado de gestión no persigue asumir el sometimiento a la naturaleza de lo económico que persigue el hombre para el cumplimiento de sus cambiantes necesidades.